Joan Miró, el expulsado del surrealismo

“trabajar muchísimo y vivir la vida, dar un paseo por la montaña o mirar a una mujer hermosa, leer un libro, oír un concierto… Que todo esto alimente mi espíritu para que su voz sea más potente. ¡Y que sobre todo, quiera Dios que no me falte la santa inquietud”

Definitivamente algo tiene la región de Catalunya con el arte, es una vibra que se siente cuando caminas por sus calles, una textura diferente, un color y un estilo propio que la vuelve tan exquisita.

Pequeña en extensión pero grande en calidad estética, para muestra un puñado de artistas únicos e inclasificables como Salvador Dalí, Antoni Gaudí, Joan Manuel Serrat, Antoni Tàpies o Joan Miró. En esta ocasión hablaremos del último, pilar indiscutible de la pintura moderna española.

Joan Miró i Ferrà nace en el seno de una familia acomodada en Barcelona, muy ligada al comercio y la orfebrería. Mal estudiante y con inquietudes estéticas desde pequeño, lo cual no era visto con buenos ojos por sus padres que, como la mayoría, querían que continuara con el negocio familiar.
Paralelamente a sus estudios de comercio se matricula en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona La Llotja, donde tiene como maestros a Modest Urgell y Josep Pascó.

Un contagio de Tifus sería el detonante definitivo del inicio de su carrera como artista y el abandono total del plan familiar profesional. Ingresa a la Academia de Arte de Francesc D’Assis Galí, antiguo compañero de Picasso, con quien exploraría una nueva forma de entender el arte lo cual reconocería en la cumbre de su carrera.

En esta academia conoce la técnica “al tacto”, la cual consistía en tocar a ciegas los objetos que después reproduciría, lo cual lo familiarizaría con las texturas, volúmenes y accidentes de las superficies.

Su vida posterior después del rompimiento familiar, y sobre todo económico, le traería muchos vaivenes en la vida. Sumado a las guerras mundiales y la guerra civil española, su reconocimiento tardaría muchos años en llegar, y curiosamente sería Estados Unidos su primer fan antes que su país natal o Europa.

A los inicios de su carrera decide instalarse en París, ciudad que era la capital del arte del momento. Con gran entusiasmo y poco reconocimiento pasó sin pena ni gloria en sus primeras exposiciones. Incluso cedió todos sus cuadros a Dalmou, su marchante del momento, para lograr una exposición en la ciudad en la Sala Licorne en 1921.

Sería hasta 1922 después del fracaso de la exposición y su regreso a tierras Catalanas donde pintaría su primera obra maestra, La Masía. Obra donde sintetiza y culmina su etapa realista. De esta etapa sobresalen además La granjera y la Lámpara de carburo.

A partir de 1923 y su regreso a parís, en el caldo de cultivo de los hermosos años veinte, es cuando se relaciona con los escritores Armand Salacrou, Robert Desnos, Georges Limbour, Roland Tual, Antonin Artaud Y Michel Leiris, donde formarían el Grupo de Blomet, que constituirían una de las vanguardias principales del surrealimo.

A partir de este movimiento se empezaría a relacionar con artistas de gran talla como Giorgo de Chirico, Paul Klee, Ernest Hemingway y claro André Bretón, fundador del surrealismo y movimiento en el que se clasifica a Miró.

De los inicios de Miró en el surrealimo (1923-25) destacan las obras de Tierra Labrada, Paisaje Catalán, La botella de vino, EL retrato de la Sra. K. o El carnaval del arlequín. Donde nuestro artista introduce un lenguaje pictórico cargado de magia y nuevos símbolos mezclados con paisajes con gran colorido.

En 1924 el grupo de artistas seguidores del Freudismo que defendían la potencia creadora del inconsciente firman el primer Manifiesto Surrealista, de la mano de Breton, Aragon, Éluard y Miró. En ese momento Breton, líder del grupo, no dudó en calificar a Miró como “el más surrealista de nosotros”.

EL sureralimo reivindicaría todo el trabajo del inconsciente, el sueño, el juego y el azar como fundamentos creativos. Se entendía como lo definiría Guillaume Apollinaire como “Una alianza entre la pintura y la danza, entre las artes plásticas y las miméticas, que es el heraldo de un arte más amplio aún por venir. (…) Esta nueva alianza (…) ha dado lugar, en Paradea una especie de surrealismo, que considero el punto de partida para toda una serie de manifestaciones del Espíritu Nuevo que se está haciendo sentir hoy y que sin duda atraerá a nuestras mejores mentes. Podemos esperar que provoque cambios profundos en nuestras artes y costumbres a través de la alegría universal, pues es sencillamente natural, después de todo, que éstas lleven el mismo paso que el progreso científico e industrial”.

Bretón y el surrealismo empezó a coquetear con el comunismo, funda el periódico “surrealismo al servicio de la revolución” donde firman y apoyan a Bretón en su adhesión política artistas importantes de la época como: Louis Aragón, Buñuel, Dalí, Paul Éluard, Max Ernst, Yves Tanguy, Tristan Tzara, Magritte, Masson, Giacometti y Brauner. Una pléyade de artistas del momento.

Miró de carácter más pasivo y apolítico no le pareció la idea y sería el inicio del rompimiento formal con el movimiento. Él era fiel convencido de que el arte no debía de politizarse.

En 1926, Joan Miró colaboró con Max Ernst en diseños para los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev, en la obra Romeo y Julieta. Donde diseña el telón de fondo, la escenografía, vestuario y algunos objetos de la puesta en escena. Sería el rompimiento formal con Breton y su grupo, los cuales en el estreno se manifestaron tachando de burgués Diaghilev y los traidores a Ernst y Miró. Poco les duró el amor con el grupo surrealista.

A raíz del rompimiento con el grupo, Miró declara “El asesinato de la pintura”. Antes los agitados movimientos en su vida personal se encontraron ante una crisis de expresión que lo llevó a un periodo de introspección desembocando en la anunciada muerte de la pintura.

En esta etapa de su trabajo desaparece prácticamente la pintura para enfocarse en los dibujos y en el collage donde experimentaba con objetos reales pegados sobre la tela. Sería el inicio de la definición del estilo que lo consagró en la historia del arte.

A este periodo le vino su etapa de “pintura salvaje” donde retoma la pintura pero de un modo visceral, con personajes monstruosos y deformes sin mucha coherencia. Coincidiría con el estallido de la Guerra Civil Española. Explicado de mejor manera por el artista: “Era un malestar más físico que moral. Presentía una catástrofe y no sabía cual: Resultaron la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Intenté representar éste ambiente trágico que me torturaba y que notaba en mi interior”. De esta etapa vale la pena revisar el Bodegón del zapato viejo.

En 1939, a meses del inicio de la Segunda Guerra Mundial, comienza con un importante proyecto de trabajo conocido como Las Constelaciones. En una pequeña caballa en la costa de Normandía formó su refugio temporal pretendiendo alejarse del ambiente bélico europeo e inspirándose en el mundo celeste ideó una serie de 23 aguadas sobresalientes.

“Con un soporte de papel que el artista humedecía con gasolina y lo fregaba hasta conseguir una superficie con una textura rugosa. A partir de aquí ponía el color manteniendo una transparencia para crear el aspecto final deseado. Sobre este color del fondo, Miró dibujaba con colores puros para lograr el contraste”.

Posteriormente, Miró produjo obras más etéreas en las que las formas y figuras orgánicas se reducen a puntos, líneas y explosiones de colorido abstractos.

“A partir del año 1960, Miró entró en una nueva etapa, donde se refleja la soltura en la forma de trazar los grafismos con una gran simplicidad, propio de la espontaneidad infantil; los gruesos trazos son realizados con el color negro, en sus telas se ven goteos de pintura y salpicaduras, aludiendo en sus temas repetidamente a la tierra, el cielo, los pájaros y la mujer y con colores primarios”.

De su exploración a partir del rompimiento ideológico con el surrealismo, como se comentó antes, su exploración lo llevó a trabajar en otras plataformas de trabajo como el grabado, la cerámica y la escultura. Que aunado al boom y el reconociendo del gran público en los Estados unidos llevaron a Miró a los encargos de los grandes proyectos.

Hay que echar un vistazo a los Murales cerámicos del Sol y la Luna, a la Sede de la Unesco en París, el Mural cerámico para la Universidad de Harvard, el Mural de cerámica de la terminal B del Aeropuerto de Barcelona, o Mori el Merma, Sant Esteve de Palautordera.

A partir de la muestra del MoMA de 1941 organizada por su primer biógrafo James Johnson Sweeney catapultó su trabajo hasta las nubes. Y por si fuera poco el reconocimiento de los jóvenes artistas americanos que buscaban alternativas ante el cubismo y la abstracción geométrica dominante en la época.

Artistas del expresionismo abstracto como Pollock, Rothko, Gorky, De Kooning, Hoffman, Gottlieb o Motherwell reconocen su deuda con el artista como fundamento de su trabajo. Pocos artistas pueden jactarse de ser influencia y recibir tal reconocimiento de parte de los American Hero que tanto éxito cosecharon en el siglo XX. Los invitamos a acercarse a la obra de este maestro de la pintura y valorar su influencia en la historia del arte.

1. Publicado por Guillaume Apollinaire en el programa de mano que escribió para el musical Parade (mayo de 1917).
2. Malet, Rosa Maria, (1992) Joan Miró, Barcelona, Edicions 62.
3. Op Cita.