El arte después del Teocidio

“Si dios siendo fundamento, absoluto y meta de todo lo real ha muerto,
sin su autoridad y su carácter protector, entonces, ya no queda nada
a lo que el hombre pueda aferrarse, nada que le sirva de orientación
y le indique un camino”.
Thomas Mann.

Nada ha puesto en tal crisis a la historia del pensamiento humano como lo fue la muerte de dios propuesta por Nietzsche, entendida como la desaparición de cualquier referencia absoluta que coordine y de coherencia a la existencia y pensamiento del hombre.

Este periodo histórico donde el teocidio tiene lugar es definido como la postmodernidad, caracterizada por la crítica de los principios del movimiento moderno. Estos principios fueron considerados como los causantes de situaciones que impiden la creación de una sociedad democrática e igualitaria. Además de convertirse en estructuras de justificación de aberraciones y excesos en contra de los designios originales del proyecto moderno, evitando así el desarrollo pleno del hombre. Dentro de las ‘aberraciones’ claves dentro de la crítica postmoderna, destacan: Dios y la religión, la ‘democracia’, la ciencia y la razón, la fe en el progreso y el fin de la historia.

Incluso desde la modernidad, por medio de la razón y la ciencia, ya se había desterrado cualquier enigma metafísico que ataba al hombre a la dependencia de lo divino. De esta forma, en la postmodernidad Dios deja de ser el horizonte de la mente humana para convertirse sólo en un supuesto. Es así, con el ocaso de los dioses, que aparece un nuevo ente más poderoso e infinito que el mismo Dios: el hombre, él mismo absorbe a dios y a lo divino, y se deifica.

Incluso este ‘hombre dios’ como elemento básico en la conformación de la postmodernidad, no es considerado como absoluto. Se reconoce a sí mismo como fragmentario, como un sujeto débil: componente de un conglomerado heterogéneo de sujetos con perfiles borrosos que se implican e interactúan mutuamente de manera continua.

El conocimiento de este sujeto postmoderno se vuelve conveneciero, ya no le importa el dominar y conocer todo por medio de la razón, sino la utilidad o el beneficio que le genere. Además, este sujeto desplaza su interés hacia las periferias, entendido no como sinónimo de banalidad, sino de un abandono consciente del modelo de profundidad (racional) para obtener intensidad en un mundo de solitarios dominado por los massmedia.
A falta de fundamentos absolutos como la razón, dios o cualquier tipo de metarelato, el sujeto débil se adosa a una sociedad light que busca su fundamento en el consumismo y el ocio alimentados por los medios masivos de comunicación. La sociedad ociosa frente al aburrimiento de la vida cotidiana, busca experimentar una nueva realidad intensa. “Así, el arte se presenta como la experiencia donde la fatiga del hombre contemporáneo es saciada”.

De esta forma, las prácticas ‘artísticas’ contemporáneas tienen una gran aceptación en la vida postmoderna. Éstas son entendidas como el consumo masivo imágenes artísticas transmitidas por los medios de comunicación, el ‘rito’ de recorrer sin entender un museo o una exposición, o la magnificación ‘publicitaria’ de artistas y pseudo-artistas.

Bajo esta situación, el arte pierde su naturaleza ‘aural’ a causa de la reproductibilidad infinita del arte contemporáneo. La obra de arte ha quedado desprovista de su naturaleza de objeto único y original, para convertirse en un componente más del mercado intercambiable con objetos no artísticos pero equiparables con él.

El arte ha dejado de ser, por lo pronto, obra inaccesible y superior para convertirse en un objeto estético abierto al intercambio con un público amplio. Al mismo tiempo, por su intercambiabilidad con otros objetos de la cultura débil sé desubica del espacio singular en el que se hallaba situado para formar parte de un medio cultural más extenso.

Partiendo del supuesto de que la modernidad con su afán de racionalización y abstracción, transformó al arte en una experiencia sin significación para el usuario, los artistas postmodernos creyeron poder facilitar esta relación entre la obra y el espectador incorporando clichés del entorno inmediato apelando a la memoria colectiva.

La estética postmoderna cita formas previas para ponerlas en entredicho y desconfirmarlas. La ironía y la parodia son los procedimientos retóricos preferidos en la empresa de la deconstrucción de un pasado que se considera como no vital e incluso inválido en la experiencia contemporánea.
La postmodernidad plantea la disolución de la historia como evento inevitable a partir de la muerte de Dios. El sujeto contemporáneo se presenta como la conclusión de todas las etapas de la historia, “de esta forma podemos aprovecharnos de cualquier momento, de cualquier circunstancia y hacer uso de ellas según nuestra conveniencia pues todas ellas son nosotros”

Bajo una equivocada interpretación del fin de la historia ha aparecido en el arte, principalmente en la arquitectura, el objeto kitsch.
“Entendido como el objeto compuesto por elementos incongruentes fuera de contexto, producidos por una economía industrial para la masa de la población… Son objetos con formas banales, bonitas, cursis, dulces y postizas y sin lugar a dudas, exitosas para la mayoría de la población”.
El objetivo de los objetos kitsch es crear nuevos símbolos y referencias para una sociedad postindustrial necesitada de ellos, partiendo de la recontextualización de memorias históricas y tradicionales fundidas con nuevas tendencias artísticas.

A pesar de todo, no todas las propuestas artísticas después del teocidio han caído en referencias anacrónicas sin sentido. El arte, a partir de la condición postmoderna, ha ‘aportado’ a la historia del arte “su granito de arena”, no tanto en técnicas o materiales sino en la concepción misma del arte.
En este periodo, afortunadamente, el arte pierde cualquier atadura didáctica o representativa del pasado, en la que el arte era acogido con gran expectación y en la que obra artística aparecía impregnada de miles de connotaciones sociales, didácticas o morales; para expresarse esencialmente como lo que es, simplemente arte, una expresión sublime de un sujeto que expresa un sentimiento permeado por la sociedad a la que pertenece sin ninguna ambición ontológica totalizante.

De esta forma, el arte ya no vale por lo que dice o intenta explicar, sino por su materialidad. Generalmente, en la mayoría de las piezas artísticas no existe ya un significado profundo o intangible tras la obra, ésta se conforma con ser únicamente una experiencia puntual y visceral que estimula la percepción del sujeto.

Al ‘ensancharse’ el campo de la estética, el artista contemporáneo explora nuevos caminos en técnicas y materiales, así como en formas de expresión. Aparecen entonces el performance, las instalaciones, el arte objeto, los ensamblajes, etc. El arte ya no se limita a la pintura en óleo o a la escultura en mármol, ahora cualquier material incluso los más domésticos o cotidianos, se convierten en una fuente de posibilidades que tienen su límite en la creatividad del artista.

Por otro lado, acorde con su época los objetos artísticos se limitan a ser ‘fragmentarios’, a ser uno más de una serie infinita de discursos y posibilidades. No es que esta actitud en el artista sea conformista sino más bien objetiva, donde se reconocen sus limites y potencialidades. No se pretende más, crear la ‘obra modélica’ de un periodo histórico, sino simplemente ‘ser’.

Aparece con esto una nueva sensibilidad estética en la que se deforma el aspecto humano y crea una nueva realidad llena de objetos abstractos que no se pueden tratar humanamente. El placer estético se vuelve en un placer inteligente, a diferencia de lo sucedido con el arte romántico en el cual el sujeto ‘gozaba’ de sí mismo y no del objeto artístico. En la actualidad el objeto no provoca en nosotros una identificación racional, mas bien se presenta como una experiencia tautológica en la que solo se pueden contemplar el objeto artístico como esencia estética pura.

“Es obvio, que no faltan sentimientos y pasiones en el nuevo arte, pero evidentemente éstas pertenecen a una flora psíquica muy distinta a la que envuelve nuestra vida humana y primaria. Son emocione secundarias que en nuestro artista interior provocan esos ultraobjetos, son sentimientos específicamente estéticos”.

Finalmente, la aportación más importante del arte débil, es que como parte de la experiencia postmoderna, no se fundamenta ni hace referencia a un sistema cerrado. De esta forma, el arte contemporáneo busca construir para cada objeto artístico un fundamento ontológico, siendo así una garantía de renovación y ensanchamiento del campo estético para futuras manifestaciones artísticas.