El arte del Shock.

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«Tras haber leído un libro ilustrado sobre la vida en las selvas vírgenes en el que se describía cómo las boas eran capaces de deglutirsus presas sin apenas masticar, en procesos digestivos que podían llegar a durar seis meses, el niño Saint-Exupéry produce su primer dibujo: una forma que representaba una boa que se había tragado un elefante y duerme su digestión. A continuación, les muestra el dibujo a sus mayores, quienes lo interpretan como un sombrero. Decepcionado el niño hace un segundo dibujo en el que la piel de la serpiente se convierte en transparente, mostrando el elefante en su interior, a fin de hacer más explícito el concepto.
Resultado: una recomendación, de que se olvide de sus aficiones artísticas, y se dedique al estudio de la geografía, la historia, el cálculo y la gramática…».1

Como se ha mencionado en escritos anteriores, la influencia de los cambios estructurales en el pensamiento del hombre contemporáneo, la excesiva información en el ambiente y la velocidad de las telecomunicaciones y redes sociales han generado que los conceptos cada vez pierden más su significado, su profundidad, su vigencia y relevancia.

El sujeto contemporáneo participa de una existencia fragmentaria donde convivimos con simples apariencias sin profundidad como lo comentaba Neil Leach en su libro La an-estética de la arquitectura. El arte no ajena a esta situación y como parte fundamental de la experiencia humana ha tenido que reformularse desde su esencia para poder ‘captar la atención’ de nuestra sociedad iconoclasta. De esta forma aparece así un gusto por la hiperrealidad, la sobreestimulación, lo efímero o lo sublime, conceptos propios de la transestética citada por Baudrillard.

Esta transestética surge como alternativa al pensamiento ilustrado con una fuerte tendencia a la estetización nietzscheana, como resultado de un impulso irrefrenable que tiende a la fusión del arte y la vida. Presentándose no como una copia de la realidad sino como un suplemento metafísico resultado de la moral hedonista, el individualismo mercantilista y el antirracionalismo.

Desde este momento se realiza la fusión del arte y la vida, por un lado por la concepción de la vida como obra de arte y por otro, porque la estetización de las mercancías ha renovado con mayor fuerza a las propuestas estéticas al abrir el arte a situaciones cotidianas, a cualquier formato de representación y a cualquier manufactura. Estamos hablando aquí de los frutos de arte pop warholiano, y por supuesto también de la generalización de artistas de ocasión y propuestas banales.

Esto conlleva a la invención de un nuevo lenguaje artístico para presentar lo innombrable, lo inconmensurable, lo innatural, algo que no existe en la experiencia. Aparece la categoría de lo sublime que es explicada con una serie de conceptos en contradicción y roce, como la mezcla del dolor y el placer, lo visceral, lo subjetivo, siempre en busca de la sobreexcitación sensorial.

Se sustituye lo bello como categoría estética utilizando nuevos sentimientos como la sorpresa, la provocación, el llanto y la risa, el horror o el temor. El arte deja cualquier cuestión de buen o mal gusto en aras del shock, de la provocación de sentimientos encontrados, de expresiones alejadas de lo bello.

«Muchas de las piezas exhiben un realismo chocante y trivial: sobre todo los vaciados escultóricos, maniquíes y tableaux vivants… Su lenguaje tosco, crudo, obsceno, no pretende sugerir matices, sino provocar sacudidas energéticas, brutales, en un público embotado por la televisión. Acogiéndose a un tópico muy viejo, Rosenthal identifica la marcha del arte con una higiene del shock.»2

Esta estética pone en primer plano de importancia al efecto del objeto artístico sobre el espectador, como una experiencia visceral más allá del objeto en sí. Se reconsidera lo sublime para situar al discurso estético más allá de formalismos y presentar otra forma de conceptualizar la belleza con recursos diferentes a lo bueno y lo natural.

Esto genera algo incierto que no se pueda decir que es físico, se presenta más bien como una presencia de la ausencia, de lo que hemos olvidado o reprimido, en oposición clara a los materiales y profundidades fenomenológicas de la belleza clásica.

“La pasión causada por lo grande y lo sublime en la naturaleza, cuando aquellas causas operan más poderosamente, es el asombro, y el asombro es aquel estado del alma, en el que todos sus movimientos se suspenden con cierto grado de horror. En este caso la mente está llena de su objeto que no puede reparar en ninguno más ni en consecuencia razonar sobre el objeto que la absorbe…”3

De esta manera la apropiación de lo real y su extrañamiento en el objeto, así como su representación de la realidad subjetiva, deja paso a la presencia material de esa misma realidad. Apareciendo entonces la ruptura entre la representación y el fin de la referencialidad. Así, este nuevo camino estético busca intensificar lo real por medio de una lógica de exterioridad donde
varias experiencias artísticas fungen como caldo de cultivo de esta nueva forma de ver las cosas.

Como lo explica Lyotard,4 la lógica de exterioridad aparece como una vía de evolución de una disciplina necesitada de restablecer contacto con la realidad, ya que su legitimación sólo es posible desde su exterior. «Hemos de aprender a hablar como extranjeros en nuestro propio lenguaje», ya que entre más complejo y cerrado es un sistema, más necesita de fuerzas exteriores para su renovación.

Una de las estrategias recurrentes para lograr este fin es la suspensión del juicio estético como sucede con la música Rap donde la serie de mezclas permite la incorporación simultánea de múltiples realidades propiciando una estética pragmática.

La cual es entendida como la eliminación del distanciamiento estético entre el objeto y el yo perceptivo produciendo relaciones de deseo y fascinación. Como dirían los situacionistas, eliminar las distancias generadas artificialmente produciendo estrategias de explotación del deseo como elementos de mediación entre sujeto y objeto, capaces de hacernos restablecer el contacto afectivo con el entorno.

Explorando la “Densa materialidad del deseo por intensificación de dudosos placeres… Estrategias sin profundidad ni retórica que ofrecen ningún tipo de redención social… Opera mediante una intensificación productiva de lo real, por oposición a una estética simulada, a una nostalgia de lo real”.5

Si alguien supo capitalizar y claro comercializar esta tendencia emergente fue Charles Saatchi que a partir de su exposición Sensations y la comercialización de sus Young Brtitish artists se hizo un poco más rico y catapultó a la fama a muchos artistas interesantes y a otros muy cuestionables.

Supo amalgamar el momento perfecto, una sociedad light deseosa de gastar dinero en lo que sea y una camada de jóvenes interesantes con objetos desafiantes, fue la combinación perfecta para explotar el mundo del arte. A partir de éste momento, quizá como nunca antes, surgen verdaderos rockstars del arte. Obras que se venden en cientos de millones de dólares, difícil de justificar su valor.

En definitiva esta tendencia tiene su aporte a la historia y hay ejemplos dignos de analizar a detalle, todos con una misma fuente de inspiración, el goce estético hiperreal, una transestética en palabras de Baudrillard. Saltan nombres como Vanesa Beecroft, Jeff Koons, Jake y Dinos Chapman, Damián Hirst, Bill Viola, Mona Hatum, Eva Hesse, Tracey Emin o Anish Kapoor los cuales analizaremos más a delante. Ya será la historia misma quien ponga en su lugar a las ultra vanguardias y veremos si el ejercicio se vuelve cíclico y nos sorprende al retomar la serenidad olvidada por mucho tiempo.

1 Antonio De Saint-Exupéry, Le Petit Prince, Gallimard, París, 1946, p. 5.
2 Guillermo Solana, La escuela del escándalo, Revista Arquitectura viva No. 57, Madrid, 1997, p. 81.
3 Edmun Burke, Indagaciones filosóficas sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, Tecnos, Madrid, 1987, p. 42.
4 J. F. Lyotard, The inhuman, Oxford, Polity press, Inglaterra, 1991, p. 48.
5 Op. cit., p. 49.