Doris Salcedo

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Yo soy una artista política que trabaja desde el tercer mundo, que ve la vida desde el tercer mundo… me interesa analizar el poder y cómo aquellos que lo ostentan manipulan la vida…

Doris Salcedo es una artista conceptual contemporánea de gran renombre en el panorama del arte actual; junto a Gabriel Orozco son, quizá, los exponentes más reconocidos en América Latina. Su temática, muy afín al modo de vida mexicano, sería casi como el día a día de cualquier país latino: violencia, injusticias, corrupción política, abusos de poder, muertes y asesinatos, narcotráfico. El pan nuestro de cada día.

Lo interesante de su obra radica en la similitud o identificación que uno puede hacer con ella; al compartir un universo similar su lenguaje se vuelve legible para el resto, se entiende con facilidad, aunque no siempre agrade. El no ser profeta en tu tierra es un mal generalizado de la cultura latina; Doris es reconocida prácticamente en las principales galerías y museos del mundo, pero en su natal Colombia pasa desapercibida. Se habla más de las novelas y la lencería que de sus notables paisas.

Carolina Ponce de León, crítica de arte colombiana, habla al respecto sobre el poco reconocimiento de su propio país, donde existen, en el campo del arte nacional, otros factores que han preponderado a la hora de valorar la obra de sus artistas. Cualquier parecido con la realidad mexicana es pura coincidencia.

Es sintomático que una de las artistas colombianas que expone en espacios reconocidos por la cúpula artística del arte contemporáneo internacional, esté sujeta a la endémica indiferencia de la prensa colombiana. No hay voz ni reconocimiento para quienes no tienen un padrino en el árbol genealógico de los círculos de poder, bien sea de clase, institucionales, académicos o de los medios de comunicación. Es decir, aun cuando la obra de Doris Salcedo tiene una presencia internacional real –como colombiana, latinoamericana y artista contemporánea-, poco se registra en la prensa local. Es como si le cobraran la irreverencia de difundir en el exterior el estado de la cultura de la violencia en Colombia. [1]

Doris nació en la ciudad de Bogotá en 1958; estudió Bellas Artes en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Entre 1987 y 1988 dirigió la Escuela de Artes Plásticas del Instituto de Bellas Artes de Cali. Ha sido becada por la Fundación Guggenheim y Penny Mc.Call. En el año 2000 la prestigiada editorial Phaidon publicó una monografía de su obra.

Su palmarés es muy destacado; su trabajo ha sido expuesto en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en el Centro Pompidou de París, el Art Institute de Chicago, la Tate Modern de Londres y el Museo Nacional Reina Sofía en Madrid. Es reconocida y apreciada por los principales críticos de arte, por lo que la han invitado a participar en la Documenta XI de Kassel (2002), la Bienal Internacional de Estambul (2003) y la Unilever Series de la Modern Tate Gallery (2007).

Doris manifiesta en su trabajo la violencia que produce el poder, el poder absoluto que oprime y reprime, las estructuras de poder que nos dominan siempre a través del recuerdo y del olvido mismo, principalmente de su natal Colombia. Aunque en años recientes se ha acercado a temas políticos universales como el racismo, la memoria social, la inmigración y las desigualdades sociales.

Entre su trabajo destacan las primeras series “Atrabiliarios” (1991-1996), “Casa Viuda” (1992-1995) y “Sin título” (1989-2005), de manera reiterativa el uso de utensilios, muebles, objetos personales y demás enseres de hogares humildes colombianos donde se siente el uso y el desgaste propio así como la carga emocional de sucesos trágicos que padecieron sus propietarios.

Los muebles algunas veces son transformados de tal manera que aluden a cuerpos humanos o partes de ellos. En otros casos, el carácter de monumento (en el sentido de objeto rememorativo) de sus muebles-objetos es resaltado con vaciados de bloques de cemento. Dispuestas en espacios silenciosos, casi místicos, a veces opresivos, las obras de Salcedo tienen una presencia formal innegable y un poder evocador, a la vez sutil y contundente. [2]

Dos obras relevantes en las que utiliza muebles, en este caso sus sillas características, salen del museo en una interesante intervención urbana: la instalación Topografía de la guerra para la 8ª Bienal Internacional de Estambul (2003) y Sillas vacías del Palacio de Justicia (2002), con la que recuerda a los desaparecidos de la sangrienta toma del Palacio de Justicia ocurrida en Bogotá entre los días 6 y 7 de noviembre de 1985.

Shibboleth, la instalación en la Turbine Hall de la Tate Modern Londres (2007-2008), es quizá la pieza más popular de la artista. Se trata de una impresionante grieta, una cuarteadura profunda que se extiende por toda la sala de turbinas y que representa la exclusión, la separación y la alteridad.

Plegaria muda, una interesante instalación que estuvo presente en el MUAC de la Ciudad de México, es un recordatorio de las víctimas de la violencia; por medio de mesas, una encima de la otra, éstas recuerdan a un panteón viejo y olvidado en el que nace hierva de las mismas, con un mensaje de que la vida sigue y no se detiene a pesar de la violencia que existe.

Hablar de arte político es un tema delicado por las múltiples aristas desde las que se puede analizar. Por un lado están los puristas quienes dicen que el artista sólo se va a la superficie del tema con opiniones generalizadas sin mucho contenido y sobre todo sin mucho valor. Sentencias como “todo arte es político”, arte como protesta, arte revolucionario, arte social, en las que en realidad no hay mucho contenido mas allá de lo cool que suena.

Por otro lado, el artista no es un experto en la materia ni pretende serlo. Se limita a dar su opinión y hacer un comentario personal al respecto. Si te gusta o no eso es otra cosa. Desgraciadamente mucho charlatán se sube al barco del arte social y se desgarra las vestiduras para pagar el alquiler de su cuarto.

El otro tema importante es la continua “victimización de las víctimas”, valga la redundancia. Se hace arte sobre el cadáver, las víctimas del holocausto, las muertas de Juárez, la matanza de Ruanda, Tlaltelolco e infinidad de genocidios en la historia. ¿Realmente sirve de algo seguir victimizando o lucrar con el dolor ajeno?, ¿más que artistas o amantes del arte nos hemos vuelto en consumistas de periódicos amarillistas en formato de museo? Tener una manta con la sangre de no sé quién, unos zapatos de una niña de Juárez o unos lentes de Hiroshima, ¿Sirve de algo?, ¿Eso es arte? Habrá que preguntárselo a los familiares de las víctimas.

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[1] Ponce de León, Carolina. (2004). El efecto mariposa. Ensayos sobre arte en Colombia 1985-2000. Bogotá: Instituto Distrital de Cultura y Turismo.
[2] Yepes, Rubén. (2010). La política del arte: cuatro casos del arte contemporáneo en Colombia. Trabajo de Grado, Maestría en Estudios culturales, Facultad de Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.